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La Novela de Uranio de Don DeLillo |
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Michiko Kakutani, la crítica de arte del New York Times,
definió a Underworld (Don DeLillo, 1997) como una
obra de arte fosforescente. Yo creería que, si
Underworld fosforesce, es precisamente por su radioactividad. |
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Dos golpes abren el espacio de este intento por lograr la Gran Novela
Americana (claro, con mayúsculas); posiblemente
un intento acabado, ya que Underworld cubre con
meticulosidad y delirio la segunda mitad del "American
Century". El primero de esos golpes (BROOOOOOOOOOOM),
es el estallido de la "Bomba" rusa, el 3 de
octubre de 1951. El segundo (POOOOOOOOOOOOW), el batazo
que, ese mismo día, le asesta Bobby Thompson al
lanzamiento de Ralph Branca para cerrar con los brillos
de un mito el partido de baseball más alucinante
en la historia del deporte: seguida por los ojos ávidos
de 30 mil fanáticos borrachos de cerveza y hot
dogs, tras una parábola indescriptible que culmina
en las plateas altas, la bola lanzada por Ralph Branca
se desvaneció, desapareció de la faz de
la Tierra.
El pelotazo de Thompson va a hilvanar una treintena de
historias que se suceden durante más de 800 páginas
plagadas de viñetas delicadas y poderosas metáforas
que hablan de una sociedad que se dobla y se corroe como
el óxido de los rezagos nucleares en el desierto
de Arizona.
Underworld asume el ritmo de la locura. Desde la
lucha salvaje, irracional, por la pelota extraviada en
las tribunas del desaparecido estadio de los Giants o
en las calles del Bronx, hasta la subterránea presentación,
en un bunker siberiano, de un nuevo sistema para procesar
basura peligrosa desintegrándola a golpe de explosiones
nucleares, la novela se plaga de lugares improbables y
visiones desconcertantes.
El detalle (y en esto DeLillo se nutre de la teoría
flaubertiana de la novela tanto
como de su gusto por la observación minuciosa),
la precisión en las descripciones y la intensidad
de las imágenes, distancia notablemente a Underworld
de sus contemporáneas que abrevan en el minimalismo
narrativo canónico de la literatura post Hemingway. |
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En
Underworld, cada historia combina un poco de belleza y
otro tanto de brutalidad. Esa es la energía que
electriza sus páginas... |
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De Lillo
despliega en Underworld una galería inmejorable
de recursos narrativos para que sus historias, que funcionan
casi siempre en paralelo, se conecten, se entrecrucen
y sigan de largo como luego de una bifurcación.
El entramado por momentos excesivo, apasionante, que logra
Underworld es, seguramente, efecto de la descripción
detallada.
Como Perec en "La Vie Mode d´Emploi",
DeLillo colma los vacíos en un espacio narrativo
casi físico. Pero, a diferencia de la lógica
implosiva que campea en el texto de Perec (montada sobre
un edificio parisino), Underworld engarza sus fábulas
sobre la traza horizontal de una pelota de baseball.
Las historias son lo que abunda en Underworld.
Ismael reinventa con pintura spray los vagones del subterráneo
del Bronx porque, a base de arte callejero, "va
a hacer mierda a todos los artistas del graffiti de Nueva
York"; Klara Sax diseña jardines pictóricos
sobre los B52 estacionados bajo el sol de Arizona: "podemos
hacer del mundo algo mucho más bello que la guerra".
Y Moonman (el doble artístico de Ismael) pinta
murales, obviamente en el Bronx, para recordar a cada
uno de los chicos que murió fumando crack.
Ninguna de estas historias, ni las muchas otras que aparecen
y se desvanecen, ni cada una de las briznas de polvo que
sobrevuelan como nubes esta novela extensa como el ancho
de los Estados Unidos, tiene el destino de lo fortuito.
Conectadas delicadamente por una onda de radio, o la página
de una revista que el viento arrastra por una calle, ninguna
de estas fábulas se agrega por mero azar al volumen
del relato.
En Underworld, cada historia combina un poco de
belleza y otro tanto de brutalidad. Esa es la energía
que electriza sus páginas, la misma que eriza los
pelos al mezclar, como en polaridades opuestas, dos flujos
extraños. De Underworld emana algún
misterioso tipo de radiactividad que hace que el libro
flote, como un ladrillo de uranio, por sobre sus compañeros
de estante en la biblioteca. |
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