Lecturas
99 francs. El verdadero psicópata europeo.
El genio publicitario de Frédéric Beigbeder compone en 99 francs uno de los más interesantes, divertidos y profundos alegatos anticapitalistas de los últimos años. ¡Y hasta parece una novela!
por Pablo Calvi
¡Chapeau!, señor Beigbeder. Mis felicitaciones. Aunque la crítica francesa abomine de usted y los Inmortales (esos carcamanes de la Academia Nacional de Letras que creó Napoleón, que usan toga y un espadín… y guardan el patrimonio literario de su nación…) sigan buscando las mil maneras para lapidarlo en público cada vez que aparece algo de espacio en Le Monde Litteraire, ha logrado usted una bella orwelliana. El público se lo reconoce ¿no es suficiente? Y, de algún modo, los mejores entre los intelectuales franceses, también. Bramando de furia y verdes de envidia, eso sí.
Es que, claro, usted utilizó a la literatura como a una puta. Y vendió más de 500 mil ejemplares, sólo en Francia. Dígame, ¿no se siente al menos un poquitín cerca de Naomi Klein? Usted, que estudió en el Lycée Montagne, sabe que no es lícito valerse de la literatura con fines no literarios. Sobre todo desde que somos “modernos”, ¿no? Se lo habrán enseñado en el Lycée, imagino. ¿Cómo puede ser, entonces, que la mejor novela francesa del 2000 haya sido la suya, un escrito panfletario, cuasi autobiográfico, al que usted le asigna un triple objetivo:
a) que lo echen de su trabajo como creativo publicitario en la agencia Young & Rubicam, París.
b) poner al descubierto los mecanismos goebbelianos con que los publicitarios como usted (ah, perdón, cierto que ya no lo es más, porque al final lo despidieron) nos exprimen las cabezas.
Y, claro,
c) embolsar (usted y sus amigos de la editorial Grasset & Fasquelle) 99 francos cada vez que un tonto como yo compra un ejemplar de su… ejem… panfleto.
Casi llamo novela a 99 francs. Aunque podría ser, eh. Depende de qué lado del río esté parado usted. Y no es poco compararlo con Orwell. El no escribía demasiado bien, y usted tampoco. Pero qué concisión. Directo al grano. Sí que resultó un buen discípulo del “Gran Hermano”. Como cada vez que inicia un capítulo nuevo. Ha creado usted un maravilloso sistema de citas. Pongo por caso la que incluyó al inicio del capítulo 4. Esa del psicópata americano (ah, después hablamos de Easton Ellis, si le parece) Acá va la cita:
“Con el fin de presentar nuestro mensaje con alguna posibilidad de producir una impresión perdurable en el público, nos vimos obligados a matar gente”.
Theodore Kaczynski, conocido como Unabomber, Manifiesto publicado en el Washington Post y The New York Times, el 19 de septiembre de 1995.
¡Qué precisión la suya, señor Beigbeder, para lograr componer una historia tan bella y delicada a partir de la vida de un patán superficial, grosero, pedestre y exitoso!
¡Qué potencia! Directo a la garganta. Como los saques de cocaína que se pega su personaje principal, el publicitario decadente Octave Parango, cada vez que pasa cerca de un baño. O las orgías que arma el tipo en Miami, Africa del Norte o el Cartier Latin, y que convierten las más de 200 páginas de 99 francs en un bestiario humano.
Como los separadores (sí, entre capítulo y capítulo hay, como debe ser, un breve guión publicitario; y, en particular, ese que remata con el slogan “cocaína: probarla es repetir” es maravilloso). ¡Qué precisión la suya para lograr componer una historia tan bella y delicada a partir de la vida de un patán superficial, grosero, pedestre y exitoso! La idea es simple: uno más que llega a la cima del mundo para desbarrancarse como un piano hasta el último subsuelo de la desgracia.
Su Octave está desorientado, ¿no? El pobre es demasiado infantil para moverse en un mundo tan despiadado. Y los que lo conocen a usted cuentan que esa descripción también le cuadra. Un tipo que usa a las mujeres igual que al dinero (y a la literatura, claro está). ¿Será por eso que la academia se le resiste? Igual que a Orwell. ¿Sabe qué creo? Los dos, Orwell y usted, tienen una idea bastante pre-moderna de la literatura. Usted, sobre todo, si se piensa en 99 francs. Su novela es casi un alegato. Un para-alegato antipublicitario, anticapitalista, escrito en una de las iMac de la agencia de publicidad más poderosa del mundo, sede París (el riñón del sistema, como quien dice).
¿Es verdad que se llama a sí mismo Le Snob? Igual que Parango. ¿Y que hace de DJ en los mejores clubes europeos? ¿Y que vendió los derechos de filmación de 99 francs en 247.614 euros? ¿Es cierto que la versión de su novela para la pantalla grande estará lista a fines de 2004 (la dirigirá Antoine de Caunes) y que podremos ver, en el rol de Octave Parango, nada más ni nada menos que a… Frédéric Beigbeder? Esa sí que es una apuesta, caballero. ¡Chapeau!, una vez más. Usted es un verdadero camaleón. Todo un hombre del renacimiento. No se priva de nada. Ni siquiera de incluir dos o tres muertes extrañas en su…ejem… novela. Como cuando hace que Octave mate a una vieja recalcitrante en Miami, una de esas lacras que ponen dinero en los fondos de pensión, que a su vez compran bonos de deuda de países en desgracia como el mío, y después reclaman ante el FMI para que manden a los Marines a que nos desfonden los bolsillos. Tampoco se priva de matar de amor a Sophie, la pobre mujer embarazada de Parango. Bien, bien. Muy cruel todo. Casi lacrimógeno.
Ahora, volvamos al tema ¿por qué cree que lo comparan con Easton Ellis? Sus personajes no describen el paraíso desde adentro, como si estuviesen convencidos de que ese es el único lugar posible, ¿o sí? Casi se diría que Octave tiene un pie afuera de aquel mundo de glamour espejado y sórdido. Claro, todos en 99 francs usan Gucci, Armani, Hermés, Prada y Tag, es verdad. Se suben a sus Ferraris y sus Porsches Boxster, y sus BMW Z3 con una rubia despampanante en el asiento de al lado, beben champaigne Krug a 500 euros la botella y saltan de hotel en hotel. Pero Octave detesta todo aquello. Se quiere ir. Se va, ¿no es así?
Bueno, nada más por el momento. Ah, me olvidaba. Sólo una cosa. ¿Es usted el creador del slogan de Wonderbra, ese que acompaña a una rubia hermosa, en ropa interior, con mirada seductora, los pechos a medio salir del sostén, y que dice: “Mírame a los ojos. ¡He dicho a los ojos!”? Pues hizo bien en meterlo también en 99 francs.
A propósito, ¿cómo dijo que se llamaba el libro por estos lados? El nombre depende del tipo de cambio local, ¿no es así? Porque de 99 francs, el precio de lista en las librerías de París, pasó a llamarse 14,99 euro a partir del primero de enero de 2002, en Francia, y 13,99 euros en toda España. Ah, y en Alemania todavía se llama 39,99 Deutsche Marcs. Quizás cuando llegue por acá deberemos buscarlo en las librerías como 47,96 pesos, ¿no? O un poquito menos si traducen la versión española.
Je… buena idea, eh. “¡He dicho a los ojos!”, je je je.
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