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Sergio Pángaro
& Baccarat |
ND Ateneo |
08.11.2003 |
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Hacia mucho que no veía un
show. Es decir: había visto conciertos,
recitales, músicos en vivo, etc. Pero lo que puede
llamarse cabalmente un show, fue bastante el tiempo que
pasó sin asistir a uno.
Y esto fue lo que ofrecieron Sergio Pángaro
& Baccarat: un gran show.
Una puesta en escena austera pero muy detallada, con un
imaginario directamente vinculado a la película
conocida en el hemisferio sur como La novicia rebelde,
ícono musical del Hollywood culposo y anti nazi.
Un sonido impecable, luces exactas, vestuario por demás
cuidado, un guión sin obviedades ni fisuras pese
a citar constantemente la película antes mencionada.
El constante viaje por el mundo que siempre propone Baccarat
subrayado, al fin, con más y mejor eclectisismo,
sin caer en el pastiche o el rejunte.
Las dos cantantes, Adriana Vázquez y Vanesa
Strauch sostienen de manera impecable al futuro showman
que seguramente será Sergio Pángaro,
que acompaña cada concierto con una superación
vocal pocas veces escuchada.
Son un trío, un grupo, un concepto y además
creadores de un universo donde, seguramente, viven parte
de las mejores letras de rock que se escribieron en el
último lustro. Por lejos, la crítica y acidez
de Pángaro al escribir deja convertidos en mínimos
panfletos de centro de estudiantes a las arengas pretendidamente
revolucionarias de aquellos grupos que son la supuesta
resistencia, y terminan en la queja infantil, sin
sustento y pasajera. La critica en el show llega tan lejos
que trata de terrateniente, quizás igual que
los nazis al baron Von Trapp, en uno de esos momentos
descontracturados y fuera del guión pactado, habituales
en las presentaciones de la banda. Hernán
Morán apoyó actoralmente a Baccarat
(además de recrear a un manager inescrupuloso)
y aportó un grupo de simpáticos niños
(la familia), para redondear lo que fue una auténtica
puesta en escena de artistas tan preocupados por tener
un sonido perfecto como de estar lujosamente vestidos,
y de recordar una vez más que, como dice una de
sus canciones, las apariencias engañan: el hombrecito
ese que luce un frac micrófono en mano, no es un
patrón, ni ese tipo que vocifera en jeans es un
compañero. |
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Cruz Maldonado |
Fenómeno Bar |
18.12.2003 |
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Oscuro y deforme, adjetivos usualmente
“descalificativos”, son para cierta intelectualidad
cercana a la música de rock exactamente todo lo
contrario. Son virtudes elogiables, términos absolutos.
Sólo ser oscuro y deforme musicalmente alcanza,
garantiza el Olimpo. La calidad no importa.
En lo personal, admiro la oscuridad y deformidad de la
obra de Tom Waits - por poner un ejemplo al alcance de
todos - pero detesto una larga lista de “ruidistas”
y desafinadores profesionales que se han dedicado a engañar
a incautos poco dispuestos a rechazarlos por temor al
escarnio de sus pares.
Por un hecho casi fortuito fui a dar una noche de jueves
a un local del off más off. Allí tocaba
Cruz Maldonado, un cuarteto de dos guitarras
acústicas, bajo eléctrico y percusión
(prometen sumar violín y traversa en ocasiones),
y encontré una banda oscura y deforme. Una banda
que transita, partiendo del tango, un crossover que incluye
boleros, rumbas, cumbias y cualquier otro ritmo que de
alguna manera haya adquirido en algún momento de
la historia el calificativo de “decadente”
(como todos sabemos, concepto revertido en tiempos más
o menos recientes gracias a músicos como el propio
Waits, precisamente). Pero Cruz Maldonado
es oscura por la profunda densidad de sus textos y deforme
por la contraposición estilística que producen
esos textos dentro de ritmos considerados festivos o románticos.
“De nada servirá que escondas tu coche
y el de tu mujer / cuando el olor de las tribus se empiece
a sentir. / ¡A por ellos que son pocos y cobardes!”
dice Las tribus con ritmo de
bolero. Un bolero apocalíptico, pero bolero al
fin.
El alma de Cruz Maldonado se llama Diego
Baiardi. Autor y compositor del repertorio de la banda,
cantante afinadísimo, dueño de un histrionismo
peculiar y de una presencia escénica que lo asimilaría
a cualquier personaje de Arlt o a L'etranger
de Camus que menciona en algún tema -"Mersault
afirma que el hombre siempre se acostumbra a todo/ y va
a tomarse el tranvía que lo lleva hacia el mar"-,
Baiardi se autodefine prioritariamente como “cantor
de tangos”. De hecho, lo es y muy bueno. En cada
actuación de Cruz Maldonado despunta
alguna versión de Afiche
o de algún otro clásico en impecable factura.
Lo acompañan Lisandro Silva Echeverría como
primera guitarra, un virtuoso precoz; Ignacio Morresi
en bajo eléctrico, ajustado y preciso; y David
Gómez en percusión y arreglos, responsable
de la ímproba tarea de generar matices donde miles
de grises deben dominar. Cruz Maldonado
merece atención. Sugiero buscar. Vale la pena. |
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Rosario Bléfari |
Podestá |
27.11.2003 |
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Con palabras parecidas a estas un
Blog conocido se refirió a Suárez
como el soundtrack ideal para el paso a la adultez responsable
de los jóvenes en los noventas. Me parece una descripción
bastante acertada cuando pienso en las letras de Bléfari
que mezcla versos sobre una existencia nebulosa y aparentemente
pacífica con otros sobre el terror implícito
en una generación que observa a la vejez con un
desprecio desolador.
Recuerdo una canción de Suárez en la que
ella canta sobre “poder mirar al cielo”.
Esta noche el cielo esta despejado y el viento que corre
provoca una sensación agradable en las casi cien
personas que lentamente se agrupan alrededor del escenario
del Podesta cerca de la madrugada.
Una Rosario Bléfari prácticamente
inmóvil comienza un recital de monotonía
constante. Está acompañada por una formación
de bajo/ batería/ guitarra con la que no parece
conectar. Es extraño. Antes de pronunciar palabra
da la impresión de ser alguien que ha revelado
todos sus secretos. Y cuando estos suenan, se escucha
el eco de un pequeño detalle olvidado: Suárez
no tenía sólo buenas letras, sino que funcionaba
fantásticamente como banda.
De todas maneras, el del Podestá quizás
sólo fue un recital accidentado. Cosas que le ocurren
a todo el mundo. Mala combinación: sonido mediocre
+ público desinteresado. Pero si los shows de Bléfari
son así constantemente, el tiempo logró
desdibujar otra caricatura de esas que abundan en la música. |
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